agosto 11, 2009

Dos siglos de lucha

La capital del Ecuador cumple hoy 200 años de aquella fecha augural, el 10 de Agosto de 1810, cuando en un golpe de audacia, valor y heroísmo, sacudió las cadenas del coloniaje al destituir a las autoridades españolas, reducirlas a prisión y sustituirlas por gobernantes criollos para ejercer la soberanía en nombre del pueblo.

Nunca antes había ocurrido acontecimiento de tal gravedad: Quito fue la primera. Se habían producido, sí, pugnas entre instancias españolas que pretendían despojarse del mando, cuyo poder ejercían dentro del sistema monárquico impuesto por España, usufructo exclusivo que duraba ya 275 años.

Por eso el proceder de los líderes quiteños fue denominado ‘grito’; más aún, ‘el primer grito’, ¡y de cuanta fuerza!, que retumbó en toda América, proporcional a la ‘larga noche colonial’, extensa y tensa duración del sometimiento, casi tres siglos en el territorio ecuatorial, desde el arribo de Bartolomé Ruiz (1526) hasta la Batalla del Pichincha (1822), en realidad más de tres siglos en el continente: 332 años desde el ‘descubrimiento’ por Cristóbal Colón (1492) hasta Ayacucho (1824).

Y por eso fue también llamado ‘revolución’ el imprevisto estallido del 10 de Agosto: ‘la revolución de Quito’. Fue cambio total, o por lo menos intención de cambio total, porque la Junta Soberana apenas duró tres meses, cercada por ejércitos enviados por los virreyes Abascal de Lima, y Amar y Borbón de Bogotá.

No obstante, la semilla fue echada, y la sangre de los mártires del 2 de Agosto de 1810 fructificó en todo el continente, particularmente en el corazón de Bolívar, quien, al proclamar la ‘guerra a muerte’ por la independencia, justificó aquel terrible y dramático paso como represalia a la masacre del 2 de Agosto, genocidio contra la Patria quitense.

Entre los testigos de aquel hecho abominable se encontraba un humilde religioso chileno, el padre Camilo Henríquez, fraile de la Buena Muerte, Orden fundada por San Camilo de Lelis para atender a los moribundos. Cuando los soldados del Real de Lima se lanzaron a las calles después de la masacre, y el pueblo de Quito les enfrentó, en lucha sin cuartel que dejó 300 víctimas más de los quiteños que se defendían y las tropas limeñas que intentaban reprimir, el venerable obispo Cuero y Caicedo, acompañado de sacerdotes, entre ellos el padre Henríquez, salió procesionalmente a las calles, con la Eucaristía, en prédica de paz, al fin obtenida. Cuando fray Camilo volvió a su Patria y participó en las luchas por la independencia, propuso y obtuvo que el primer Congreso libertario chileno dispusiera la colocación de una placa en el faro de Valparaíso en homenaje a “Quito, Luz de América”, glorioso título del que se ufana la capital del Ecuador.
Por Jorge Salvador Lara www elcomercio.com

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